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HA DICHO ANGELINO QUE HAY QUE abrirles un espacio a las Farc para que avance un proceso de paz que desemboque en la reconciliación y el perdón.
¿Quién puede estar en contra de la paz? ¿Habrá algo más sensato que la reconciliación? Pero cuando, además, nadie menos que el vicepresidente de la República habla de perdón, entonces se hace imperativo analizar la cuestión.
La amnistía ha habitado en las profundidades del disco duro de los colombianos de manera permanente. A cada acto de rebelión, normalmente sigue alguna forma de perdón. Desde 1820 a hoy, se han aprobado 63 indultos y 25 amnistías. Y la fibra central ha sido la figura del delito político, al cual se le ha atribuido tradicionalmente un móvil altruista. En medio de esta arquitectura vivió mi generación hasta hace pocos años. De tal modo que las expresiones de Angelino corresponden exactamente a una retórica que se daba por sentada sin discusión alguna. Retórica que todos practicamos.
Pero la cuestión ha cambiado. Con el avance del derecho penal internacional, con las modificaciones legales en Colombia, pero sobre todo con la degradación de los grupos ilegales en este suelo, la vieja idea de que el perdón tenía sus límites, un poco ajada y maltrecha, es ahora una realidad viviente.
Digo que vieja idea, porque desde hace muchísimos años se han establecido límites al perdón. Carlos III dispuso que en caso de ejecución por crímenes gravísimos, se leyera este bando: “Por el Rey: a cualquiera que levante la voz apellidando gracia, se impone pena de vida”. Digamos que ahora tampoco es para tanto, pero desde los llamados actos de ferocidad o barbarie, pasando por la enumeración de tipos penales específicos, hasta la idea contemporánea de los crímenes de lesa humanidad, quedó claro que hay un límite para el perdón. Y que este límite es infranqueable. Y que, de paso, si algún país lo franquea, pues hay mecanismos supranacionales para enmendar el error.
A Angelino lo admiro profundamente. Ha sido alguien muy útil en coyunturas complicadas. Pero, con respeto, señalo que hoy en día la retórica del perdón indiscriminado no tiene asidero. Ni en la ley doméstica, ni en la internacional, ni en el sentimiento de la gente.
Uno sabe que ante la posibilidad de la paz con la guerrilla, muchos tendrían la tentación de ceder y hasta acudirían a la posesión de Alfonso Cano en un ministerio. Pero la tragedia humanitaria que han provocado las Farc, su ataque pertinaz a la población civil y la instauración del secuestro como arma de guerra, harían trepidar al más duro en el momento de firmar esa amnistía.
Y hay otro argumento más profundo. Ya Colombia, bien o mal, decidió que los jefes paramilitares no podían ser indultados. Incluso se ha dicho que las penas fueron leves. Hablar ahora de perdón para la guerrilla, establece una discriminación inaceptable. No lo digo en beneficio de los paramilitares, sino por el contrario: No existe razón ninguna para que los guerrilleros reciban un trato más favorable. Que no nos pase que por arreglar con las Farc terminemos indultando a los jefes paras. Saldríamos a deber.
Angelino: Excúseme la impertinencia. No hay violencia buena y violencia mala. Toda violencia es condenable. Y toda violencia horrenda merece castigo.
¿Quién puede estar en contra de la paz? ¿Habrá algo más sensato que la reconciliación? Pero cuando, además, nadie menos que el vicepresidente de la República habla de perdón, entonces se hace imperativo analizar la cuestión.
La amnistía ha habitado en las profundidades del disco duro de los colombianos de manera permanente. A cada acto de rebelión, normalmente sigue alguna forma de perdón. Desde 1820 a hoy, se han aprobado 63 indultos y 25 amnistías. Y la fibra central ha sido la figura del delito político, al cual se le ha atribuido tradicionalmente un móvil altruista. En medio de esta arquitectura vivió mi generación hasta hace pocos años. De tal modo que las expresiones de Angelino corresponden exactamente a una retórica que se daba por sentada sin discusión alguna. Retórica que todos practicamos.
Pero la cuestión ha cambiado. Con el avance del derecho penal internacional, con las modificaciones legales en Colombia, pero sobre todo con la degradación de los grupos ilegales en este suelo, la vieja idea de que el perdón tenía sus límites, un poco ajada y maltrecha, es ahora una realidad viviente.
Digo que vieja idea, porque desde hace muchísimos años se han establecido límites al perdón. Carlos III dispuso que en caso de ejecución por crímenes gravísimos, se leyera este bando: “Por el Rey: a cualquiera que levante la voz apellidando gracia, se impone pena de vida”. Digamos que ahora tampoco es para tanto, pero desde los llamados actos de ferocidad o barbarie, pasando por la enumeración de tipos penales específicos, hasta la idea contemporánea de los crímenes de lesa humanidad, quedó claro que hay un límite para el perdón. Y que este límite es infranqueable. Y que, de paso, si algún país lo franquea, pues hay mecanismos supranacionales para enmendar el error.
A Angelino lo admiro profundamente. Ha sido alguien muy útil en coyunturas complicadas. Pero, con respeto, señalo que hoy en día la retórica del perdón indiscriminado no tiene asidero. Ni en la ley doméstica, ni en la internacional, ni en el sentimiento de la gente.
Uno sabe que ante la posibilidad de la paz con la guerrilla, muchos tendrían la tentación de ceder y hasta acudirían a la posesión de Alfonso Cano en un ministerio. Pero la tragedia humanitaria que han provocado las Farc, su ataque pertinaz a la población civil y la instauración del secuestro como arma de guerra, harían trepidar al más duro en el momento de firmar esa amnistía.
Y hay otro argumento más profundo. Ya Colombia, bien o mal, decidió que los jefes paramilitares no podían ser indultados. Incluso se ha dicho que las penas fueron leves. Hablar ahora de perdón para la guerrilla, establece una discriminación inaceptable. No lo digo en beneficio de los paramilitares, sino por el contrario: No existe razón ninguna para que los guerrilleros reciban un trato más favorable. Que no nos pase que por arreglar con las Farc terminemos indultando a los jefes paras. Saldríamos a deber.
Angelino: Excúseme la impertinencia. No hay violencia buena y violencia mala. Toda violencia es condenable. Y toda violencia horrenda merece castigo.
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