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Ser partidario de la paz no es ser proclive a la capitulación. Ser partidario de la paz no es hacer concesiones que socaven el Estado y reanimen a los violentos para la toma del poder. Una nación vencida por el enemigo puede verse obligada a capitular, a firmar un tratado de paz que en la práctica es una rendición, para que el enemigo no destruya el resto de la riqueza y no mate al último civil o al penúltimo soldado. Así le ocurrió al imperio japonés que después de creerse vencedor en Pearl Harbor, al hundir por sorpresa la flota norteamericana, recibió dos bombas atómicas terribles y abrazó la rendición.
De nuevo se escucha decir en Colombia que se busque una solución negociada con las Farc. Que se abran los diálogos a propósito de la liberación unilateral de cinco secuestrados, los mismos que la guerrilla califica de “prisioneros de guerra” con el fin de impresionar al mamertismo internacional, ese que se reúne con el apoyo financiero de las Farc, en Brasil, La Habana o Buenos Aires, para gritar a los cuatro vientos que los “combatientes” por la libertad de Colombia tienen los méritos políticos y militares para hablar de paz, en igualdad de condiciones con el Estado. La falsa apariencia de esta proclama obliga a los colombianos a tener clara la conciencia y alerta el corazón.
¿Negociar qué en la mesa de paz? Después de 46 años de violencia armada y unos 500.000 muertos, las almas misioneras y los ciudadanos romántico-talegones desentierran las consignas de paz a lo Caguán, de la mesa del guerrillero heroico, del cambio de “estructuras” y del reemplazo del modelo “neoliberal” por uno “neosocial”, de las disminución de la Fuerza Pública, de una Asamblea Constituyente y demás pretensiones que conduzcan al socialismo del siglo XXI.
¿Puede una guerrilla derrotada políticamente, desmoralizada militarmente, que sobrevive por el financiamiento con narcóticos, pedir los cambios machistas leninistas que se le antoje? Las puertas abiertas de las que habla el Presidente Santos serían las puertas que definan cinco temas: 1- Entrega de todos los secuestrados civiles y militares, sin contraparte en canje alguno. 2- Declaración de una desmovilización de todos los frentes y entrega verificable de armas con agenda a cumplir. (La entrega de armas podría hacerse a una comisión internacional de personalidades). 3. Aceptación de las normas penales de justicia transicional a la tropa guerrillera y juzgamiento con privilegios a los altos mandos. (Este es un punto donde la diplomacia secreta debe anticipar pasos posibles hacia una incorporación decorosa y digna de la guerrilla, la cual podría tener la variante de suspensión de la pena por gracia presidencial reglamentada). 4. Frenar indefinidamente la extradición. 5. Garantías para el ejercicio político de los habilitados y para el goce de los derechos fundamentales en igualdad con los demás ciudadanos.
Sin embargo podría aparecer una etapa transitoria que permitiera ganar confianza entre las partes. Es el caso de la suspensión de hostilidades militares y actuación de una comisión exploratoria. También es posible iniciar el camino con alto al fuego. En todo caso, que no nos metan gato por liebre. La solución negociada no es nada. Es una frase de cajón hace mucho tiempo. Al cajón de la historia también pasó la consigna mamerta del “acuerdo humanitario” que en el fondo escondía una trampa: el reconocimiento de las Farc como fuerza beligerante. Ahora bien: ¿Qué busca la guerrilla con liberar secuestrados a cuenta gotas, aumentando el dolor y el resentimiento de los familiares de aquellos plagiados que permanecen en sus campos de concentración nazi-marxistas? Ablandar la opinión pública para que el gobierno y eso que llaman la “comunidad internacional” -una escuadra de funcionarios diplomáticos zurdos en su mayoría-, se allanen a las aspiraciones de una guerrilla que para los colombianos es un azote terrorista y para los chavistas y camaradas estalinistas unos héroes. Esos “héroes”, calibre 5.56, bien podrían ser ciudadanos reciclados con cédula y sin prontuario, si entregan las armas, los territorios y los secuestrados. Eso sí, pueden dejar su alma para que hagan con ella lo que les de la gana. Pero si la entrega de secuestrados, como se sospecha, es una estratagema para sacar del cerco militar a los jefes de las Farc, entonces todo lo dicho atrás es mera bondad estratégica de quienes pensamos en una Colombia donde quepamos los hombres y mujeres libres de la violencia con ropaje ideológico. Cerremos la página por ahora.
De nuevo se escucha decir en Colombia que se busque una solución negociada con las Farc. Que se abran los diálogos a propósito de la liberación unilateral de cinco secuestrados, los mismos que la guerrilla califica de “prisioneros de guerra” con el fin de impresionar al mamertismo internacional, ese que se reúne con el apoyo financiero de las Farc, en Brasil, La Habana o Buenos Aires, para gritar a los cuatro vientos que los “combatientes” por la libertad de Colombia tienen los méritos políticos y militares para hablar de paz, en igualdad de condiciones con el Estado. La falsa apariencia de esta proclama obliga a los colombianos a tener clara la conciencia y alerta el corazón.
¿Negociar qué en la mesa de paz? Después de 46 años de violencia armada y unos 500.000 muertos, las almas misioneras y los ciudadanos romántico-talegones desentierran las consignas de paz a lo Caguán, de la mesa del guerrillero heroico, del cambio de “estructuras” y del reemplazo del modelo “neoliberal” por uno “neosocial”, de las disminución de la Fuerza Pública, de una Asamblea Constituyente y demás pretensiones que conduzcan al socialismo del siglo XXI.
¿Puede una guerrilla derrotada políticamente, desmoralizada militarmente, que sobrevive por el financiamiento con narcóticos, pedir los cambios machistas leninistas que se le antoje? Las puertas abiertas de las que habla el Presidente Santos serían las puertas que definan cinco temas: 1- Entrega de todos los secuestrados civiles y militares, sin contraparte en canje alguno. 2- Declaración de una desmovilización de todos los frentes y entrega verificable de armas con agenda a cumplir. (La entrega de armas podría hacerse a una comisión internacional de personalidades). 3. Aceptación de las normas penales de justicia transicional a la tropa guerrillera y juzgamiento con privilegios a los altos mandos. (Este es un punto donde la diplomacia secreta debe anticipar pasos posibles hacia una incorporación decorosa y digna de la guerrilla, la cual podría tener la variante de suspensión de la pena por gracia presidencial reglamentada). 4. Frenar indefinidamente la extradición. 5. Garantías para el ejercicio político de los habilitados y para el goce de los derechos fundamentales en igualdad con los demás ciudadanos.
Sin embargo podría aparecer una etapa transitoria que permitiera ganar confianza entre las partes. Es el caso de la suspensión de hostilidades militares y actuación de una comisión exploratoria. También es posible iniciar el camino con alto al fuego. En todo caso, que no nos metan gato por liebre. La solución negociada no es nada. Es una frase de cajón hace mucho tiempo. Al cajón de la historia también pasó la consigna mamerta del “acuerdo humanitario” que en el fondo escondía una trampa: el reconocimiento de las Farc como fuerza beligerante. Ahora bien: ¿Qué busca la guerrilla con liberar secuestrados a cuenta gotas, aumentando el dolor y el resentimiento de los familiares de aquellos plagiados que permanecen en sus campos de concentración nazi-marxistas? Ablandar la opinión pública para que el gobierno y eso que llaman la “comunidad internacional” -una escuadra de funcionarios diplomáticos zurdos en su mayoría-, se allanen a las aspiraciones de una guerrilla que para los colombianos es un azote terrorista y para los chavistas y camaradas estalinistas unos héroes. Esos “héroes”, calibre 5.56, bien podrían ser ciudadanos reciclados con cédula y sin prontuario, si entregan las armas, los territorios y los secuestrados. Eso sí, pueden dejar su alma para que hagan con ella lo que les de la gana. Pero si la entrega de secuestrados, como se sospecha, es una estratagema para sacar del cerco militar a los jefes de las Farc, entonces todo lo dicho atrás es mera bondad estratégica de quienes pensamos en una Colombia donde quepamos los hombres y mujeres libres de la violencia con ropaje ideológico. Cerremos la página por ahora.
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